miércoles, 14 de agosto de 2019

Presentación de F. Carnelutti, por E. Couture (1948)


PRESENTACIÓN DE FRANCESCO CARNELUTTI POR EDUARDO COUTURE, EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO, URUGUAY, 21 DE ABRIL DE 1948.


A pocos pensadores jurídicos de nuestro tiempo, la Facultad de Derecho de Montevideo podría saludar más legítimamente que a Francesco Carnelutti, diciéndole las palabras que en la estrofa inmortal fueron destinadas a Virgilio: «Tu Duca, Tu Signore, e Tu Maestro» [Dante, La Divina Comedia, El Infierno, II, 140].

Conviene que pongamos cuidado en el sentido de la responsabilidad de las palabras, porque esta misma mañana Carnelutti decía que la generosidad americana era tan grande que él no alcanzaba a reconocerse a través de los excesivamente laudatorios discursos con que sus conferencias en la Argentina eran precedidos.

Nuestro deber no es elogiarle, sino señalarle. En esta Casa donde su lección fue enseñada por nuestros Maestros primero, y tengamos aquí un grato recuerdo para Rafael Galinal, que antes que nadie nos indicó su lección, que le enseñaban más tarde los hombres de nuestra propia generación, y que ahora enseñan nuestros discípulos; el tránsito de las generaciones se nos aparece así como una especie de testimonio vivo de adhesión a su inteligencia.

Pero es necesario no elogiar, sino juzgar. Nuestros discípulos, como nuestros hijos, nos admiran primero, nos entienden después, y finalmente, nos juzgan. Y como no hay una sola aula de esta Casa desde la cual no se halla impartido su docencia, tratemos de determinar, con el rigor requerido por la alta personalidad del Maestro, el sentido de su mensaje.

¿Qué es lo que debe a Carnelutti la Ciencia del Derecho?

Le debe, en primer término, un edificio en el cual el arquitecto ha sido también el operario. Carnelutti no es un filósofo, ni un dogmático, ni un práctico, pero lo es todo a la vez. El ha hecho su edificio con sus propias manos, forjando y modelando uno a uno todos los materiales. Ni una sola piedra, ni un solo ladrillo de los que componen la magna arquitectura, ha dejado de pasar por la artesanía de sus manos infatigables.

Los filósofos, decía Valery, son en cierto modo especialistas en lo universal. En Derecho, los filósofos tienen la ambición de la universalidad; pero como los filósofos no forjan ni modelan directamente su obra, frecuentemente esta se apoya sobre las nubes y no sobre la realidad de la Tierra. Carnelutti ha sido en este sentido, más que un teórico y que un práctico, un clínico. El sistema y la teoría general no son en él un punto de partida sino un punto de llegada: no están en la experiencia sino después de la experiencia.

La distinción radical que la Ciencia del Derecho debe a Carnelutti, es la distinción entre la estructura y la función de los fenómenos jurídicos. El pensador inclina su cabeza poderosa sobre las cosas del Derecho para observarlas como son. Pero el clínico apresa su dinámica y los resultados finales de la experiencia humana. Esta distinción radical entre el ser y el vivir de las cosas jurídicas, será siempre una adquisición que la Ciencia del Derecho deberá a Carnelutti.

Le debemos también las más inesperadas conexiones, profundas, a través de todos los campos de la Ciencia del Derecho.

Asociaciones inverosímiles ensanchan el campo visual de manera fecunda. Un día asocia la causa de las obligaciones a la causa de los actos procesales. Otro día asocia el acto jurídico al delito. Otro día la expropiación por causa de utilidad pública a la pena de muerte. Otro día, en la Teoria Giuridica Della Circolazione [Teoría Jurídica de la Circulación, 1933], asocia inesperadamente la letra de cambio al contrato de trabajo y a la asociación civil. Otro día, recientemente, ya en el Río de la Plata, asocia la huelga a la guerra. Y así podría continuarse con centenares de ejemplos, en los cuales ha puesto al desnudo las raíces penetrantes del orden jurídico.

Esta insólita potencia intelectual, que le permite ver el Derecho en su plenitud, le ha llevado hacia su conquista de máximo significado: la unidad de visión del orden jurídico. Unidad del proceso de conocimiento con el proceso de ejecución; unidad del proceso civil con el proceso penal; unidad del Derecho material con el Derecho formal; unidad del Derecho privado con el Derecho público.

Si hubiéramos de buscar una nota dominante que diera carácter a esta obra, tendríamos que decir que la Ciencia contemporánea del Derecho le debe la concepción unitaria.

En el orden histórico, su obra tiene paralelo con la que en el siglo veinte cumplieron Ihering y Savigny [Aquí el orador tuvo un lapsus. Debe entenderse “el siglo diecinueve” (Rudolf Ihering, 1818-1892, Friedrich von Savigny, 1779-1861)] con los dispersos materiales del Derecho romano de la Recepción, y con la que en el siglo dieciocho cumplió Potier con el tesoro, en riesgo de perderse, del Droit Coutumier [Derecho Consuetudinario] francés.

Como ellos, por la potencia del esfuerzo y la magnitud del sacrificio, pudo Carnelutti escribir en el friso de su edificio el dístico de Séneca: que la constancia no sea sin ciencia, ni la ciencia sin constancia (fiducia eius non sine scientia sit, scientia non sine constantia).

Pero lo grave en este caso, es que el Carnelutti que hoy está entre nosotros no es el que ha escrito los libros que todos admiramos. Él dice que ese Carnelutti no existe, porque ha muerto.

Afortunadamente, no es ésta sino una metáfora, una más entre las mil metáforas con las que él ha iluminado la Ciencia del Derecho.

Lo que hay es que Carnelutti llega a nosotros de regreso de la sabiduría: grávido y primitivo, rudo y potente como no lo fue nunca antes; humano y estremecido como no lo fue nunca en ninguno de sus libros jurídicos.

Hace pocos días, yendo del brazo, con una impresionante naturalidad, Carnelutti me dijo estas palabras: «la vida, mi querido amigo, es como un árbol. En la juventud, la copa está llena de hojas, y todo es en él, vida e intensidad; en la vejez, las hojas se pierden y las ramas quedan desnudas. Pero lo grave del caso, es que sólo en la vejez comprendemos que las hojas no nos dejaban ver el cielo».

Carnelutti ha escrito últimamente algunos libros íntimos, que él denomina «meta-jurídicos»: su ciencia de hoy está más próxima a estos libros que a los de ayer. Y la antinomia de este momento es que uno de los maestros más conocidos de esta casa de estudios, debe ser presentado de nuevo, por ésta circunstancia, a su auditorio.

Lo que ocurre con esta obra es una cosa muy humana y muy profunda: cuando se ha vivido una vida entera al servicio de la ciencia o del arte, el espíritu marcha, como por gravitación natural, hacia las esencias.

Ningún gran científico ni artista termina haciendo detalles ni preciosismos. La culminación de la obra de ciencia y de arte constituye un regreso hacia la rudeza y hacia lo primitivo. La ciencia de los detalles deja su paso a la ciencia de los grandes planos, y el arte de los pormenores cede su paso a las esencias mismas del arte.

La historia está llena de estos ejemplos. Pero basta tomar de nuestros artistas un poco [Aquí hay una interrupción en el archivo de audio] Picasso, para comprenderlo. Y Gary y Torres García no terminaron juntando cosas bellas, sino cosas rudas y simples. Morquie ya viejo terminó recomendando a las madres su famoso «hágale nada», porque él sabía que la sabiduría de la naturaleza supera a la sabiduría de la Medicina. Masferreira, en el prólogo del Fermentario, confiesa que la inteligencia no ha sido para él lo principal de la vida, sino el afecto hacia los seres queridos.

Las últimas consultas de Iruretagoyena, de Freitas, de De María, cuando ya eran viejos, no tenían erudición, eran simples apotegmas breves y sencillos, más hechos de sentimientos que de sabiduría, más hechos de presentimientos que de sentimientos.

Es que cuando la obra de arte o de ciencia avanza a lo largo de la vida, avanza hacia las esencias. «Bien pensado –dice el personaje de Aldous Huxley– no hay más progreso que el progreso en caridad».

El Carnelutti que hoy tenemos junto a nosotros viene de regreso de la experiencia, y se acerca con un mensaje de comprensión, de bondad y de ternura humana. No es el dogmático ni el sistemático que hemos conocido, sino un hombre transido de comprensión, de ternura y de bondad. Y nos preguntamos ¿puede la vida, por sí sola, operar este milagro? No. El milagro no lo ha operado la vida, sino el dolor.

Carnelutti no viene de regreso de la ciencia, sino que viene de regreso del dolor. Fue necesario que conociera la incomprensión, las persecuciones, el amargo pan del exilio, para sentirse en comunicación con las esencias. Al par que Beethoven, viejo, triste y angustiado, también él pudo poner, como en el comienzo de la Novena Sinfonía, Durch laiden freude [«sufriendo placer»]: También él ha llegado a la alegría por el dolor.

Es con estas palabras que, sin sentido de elogio pero con sentimiento de justicia, sin ánimo encomiástico pero con gratitud de discípulo, podemos saludar a Carnelutti en esta casa, diciendo que él es para nosotros, de este modo tan simple y profundo, Duque, Señor y Maestro.

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