II Congreso Internacional Del Notariado, Madrid,
octubre de 1950
El Segundo Congreso Internacional del
Notariado Latino ha terminado sus deliberaciones. Yo os lo vengo a participar.
Estamos en el ocaso del Segundo Congreso, en paso y tránsito para el Tercero
que ha de celebrarse, Dios mediante, en La Habana en 1952 y para el
Cuarto, que ha de celebrarse en París en 1954. Esta perspectiva histórica de cuatro
congresos internacionales es el primer fruto dorado y sabroso de nuestra obra.
El pensamiento de los notarios latinos,
sedente en su terruño entre tradiciones seculares, se ha hecho movimiento
internacional, no por suerte para dejar de pensar, ni mucho menos para
renunciar a su pasado, que sería abdicar de sí mismo, sino para dar escape a su
intensidad madura. El vaso lleno se derrama y toda abundancia es generosa. La madurez sin expansión es
decadencia, la plenitud sin rumbos es camino sin horizonte. La plenitud de los
pueblos, en épocas no muy remotas, los llevó al imperio. La plenitud de una
institución como la nuestra que es símbolo de paz, y de la concordia de los
humanos ha hecho menester y oficio, tenía que emprender su camino hacia la
grandeza. Así lo hizo en nuestros días antes que nadie una nación hermana: la Argentina.
La tierra firme de su expansión no fue colonia, sino asociación libre: la unión
notarial latina.
En efecto, he de repetirlo una vez más, la
organización internacional del notariado nace en la Argentina, entre hombres de
pampa, con ojos de lejanía y alma de horizonte. Gentes que comprenden el
espacio y por lo mismo lo dominan. De ahí que el Congreso sea internacional.
Pensadores frente al tiempo, con
clara visión de los caminos del mañana, que si no es dominar el futuro porque
el futuro sólo es de Dios, al menos se traza la ruta, se marca el rumbo, se
labra el sino.
Lo cierto es que por iniciativa del
Colegio Notarial de Buenos Aires un buen día de 1948, se rompió el aislamiento.
Los notariados desbordaron sus confines patrios. Los esclavos del protocolo
volaron libres por más amplios espacios. El pensamiento antes disperso se ha
hecho unidad. Nos asomamos a la vida internacional, pero sin renunciar a una
sola de nuestras tradiciones, porque la tradición es la atmósfera de nuestra
secular vida profesional y el día que un notario se aparte de su tradición,
bien por propio impulso, bien por presión arbitraria del legislador, ese día el
notariado muere.
Pero precisamente en nuestras tradiciones
latinas hemos encontrado la substancia internacional. Prescindiendo de la
herencia romana de nuestro abuelito el tabelión, que redactaba documentos y
desempeñaba nuestra profesión antes de existir la fe pública, el primer momento
internacional del notariado latino lo señaló la escuela del notariado de la
Universidad de Bolonia, en el siglo XIII, en esa Edad Media que fue calificada
por quienes no la conocían, como «noche oscura». Noche, pero ¡con cuántas
estrellas! En el siglo XIII, nacen las universidades y las órdenes mendicantes,
se levantan las catedrales góticas. La piedra y la sabiduría quieren escalar el
cielo; la piedra con el gótico; el pensamiento humano con Buenaventura, Alberto
Magno, Tomás de Aquino, Rogelio Bacon y Raimundo Lulio; las lenguas romances
con el Dante y Alfonso el Sabio; los tronos con Fernando III el Santo, Rey de
Castilla, y Luis IX, también Santo, Rey de Francia; el Derecho con Azon y
Acursio y San Raimundo de Peñafort; y bajando un poco de tan alto cielo
estrellado a nuestros humildes menesteres escribaniles, la Universidad de
Bolonia, en sus primeros albores, salió al encuentro de la práctica notarial. Ya
Irnerio, tenido durante mucho tiempo por fundador de la Universidad de Bolonia,
se anticipó a escribir un «Formularium Tabellionum». Rainerius de Perusia en
1213 y Bencivenni de Norcio en 1235 y Arezzo en 1240, y contemporáneamente, en
la segunda mitad del siglo XIII, Belluno y Martin de Fano, Salatiel y Zacarías
de Bolonia componen y explican en la naciente Universidad Suma y Artes
notariales según los nuevos usos de los glosadores. El prestigio de la
Universidad de Bolonia es universal. Nada se resiste a su influjo. Los pobres
notarios medievales, en su ingenuo vivir tradicional, bienquistos en su
beatífica quietud con la cómoda rutina de cada día, se llenaron de cuitas y
temores ante la inundación y estruendo de los romanistas y de la escuela de
Bolonia. Recibir casi de golpe todo el Derecho justinianeo y tener que
aplicarlo poco menos que de la noche a la mañana en vez de las pocas leyes y
sencillas costumbres anteriores era para causar terror a todo el que tuviera
conciencia de su responsabilidad. La escuela de Bolonia, ya en el cenit de su
prestigio, imponía su técnica y sus textos en Italia, en Francia, en los Países
Bajos, en España y Portugal. En ese momento, surge un notario genial en
Bolonia, Rolandino, que fue el primer notario latino que por sus fórmulas y sus
escritos traspasó los límites de espacio y tiempo, las fronteras de su patria y
de la Historia. En pleno siglo XIII, sus fórmulas se extienden por el mundo
latino y sus comentarios son la base del Derecho notarial durante siglos. Fue
el triunfo de la gran teoría enfocada hacia la práctica, el enlace entre una
práctica rutinaria y a veces bastarda y los dogmas científicos de los doctores.
Arquitectura ideológica al nuevo estilo, conexiones jerárquicas con las nuevas
formas de vida y de pensamiento.
Rolandino significó el primer momento
internacional del notariado latino. Sus fórmulas se aplican no solo en Italia,
sino en los restantes países: En Francia las recoge el «Doctrinale Artis Notariae» de Stephanus Marcilletti[1],
introduciéndolas en la práctica común; en España, las Siete Partidas contienen
un formulario casi idéntico al de Rolandino, y a través de él, trasciende el
sistema a América, con aportaciones francesas al Canadá y Luisiana y
portuguesas al Brasil.
Este es el arranque de nuestras
tradiciones notariales latinas de carácter internacional.
No fue sin embargo, el único momento
estelar de nuestra institución. El Código de Napoleón, con sus preceptos sobre
documentos y actos notariales, precedidos por la Ley del 25 de Ventoso del año
XI[2],
marca la segunda etapa internacional del notariado. Es verdad que el sistema de
la Ley del Ventoso, como los mismos preceptos del Código de Napoleón, regían en
otras comarcas y naciones. Pero el Código de Napoleón y la Ley del Ventoso
acuñaron nuestras instituciones de manera uniforme y definitiva. Si Bolonia y
su Universidad dieron carácter internacional a Rolandino, el Código de Napoleón
con su expansión universal durante todo el siglo XIX, consagró la naturaleza y
eficacia del documento público y por consecuencia del notariado latino.
Por eso, el Colegio de Escribanos de
Buenos Aires, al convocar el primer Congreso, y nosotros, al reunirnos en el
segundo, lejos de apartarnos de nuestras tradiciones, reanudamos el sentido
histórico de nuestra evolución, mostrando altivos nuestros blasones latinos. Esta
reunión en España, cuyas costas levantinas acaricia el mare nostrum, marca un retorno del notariado a su cuna
mediterránea. El notariado latino es la espuma del mar Mediterráneo
cristalizada en piedras preciosas, repartidas y conservadas como herencia
ancestral entre estirpes latinas.
Con este abolengo común comprenderéis que
ha sido fácil la deliberación. Por otra parte, no somos legisladores. El grave
peso de regir la Tierra no es para nosotros. El Congreso internacional no pretende
borrar ni siquiera atenuar lo nacional. Conocerlo primero; completarlo después.
Un museo de conceptos notariales, una exposición de soluciones legislativas. Que
cada notariado nacional encuentre la muestra de lo que necesite. Aun elegida,
debe hacer como el buen pintor: en vez de copia servil, transformar el modelo
en sinfonía de luces y colores. Subrayar lo que une, atenuar lo que separa. Fuera
de las bellas artes toda originalidad es el germen de un cisma.
Para no daros pesadumbre no os contaré por
menudo los acuerdos del Congreso: silva de varia lección, será cantera notarial
para el futuro. Los acuerdos se refieren a dos órdenes de cuestiones, a la organización
notarial y al documento.
En cuanto a la organización se han
señalado las aspiraciones hacia una más enérgica selección para el ingreso en
el notariado, elevando el nivel científico del notario y su rango en la escala
de los valores sociales. Se ha recomendado de modo especial la organización gremial
o corporativa de los notarios y se ha proveído acerca de la custodia y archivo
de los documentos notariales. Constante preocupación de todos los notariados
nacionales es la manera de acreditar la vigencia de testamentos, señalándose la
aspiración hacia la instauración de Registros generales de actos de última
voluntad. Se ha dado un paso de gigante en el camino de una unificación de formularios
notariales, empezando por los de los poderes, que si a los notarios no nos
compete cambiar las leyes, si es de nuestro ministerio la redacción, conforme a
las leyes, de los instrumentos públicos. Por lo mismo, serán fecundos en el
futuro. los acuerdos adoptados sobre legalizaciones, capacidad civil, vigencia
y contenido de las leyes, regímenes matrimoniales y sucesorios. Finalmente el Congreso
ha perfeccionado su propia organización, configurando con carácter definitivo
la Unión Internacional del notariado latino, con sede en Buenos Aires y un
Consejo Permanente. Tendrá por emblema el águila latina, o águila de San Juan,
símbolo de la latinidad, el protocolo, cifra y compendio de nuestra profesión,
y la pluma de ave, que además de invocar nuestro oficio, recuerda nuestro
primer Congreso de Buenos Aires. Será su divisa: lex est quodcumque notamus.[3]
El segundo aspecto de nuestras
deliberaciones se refiere al documento notarial. Los notarios hacemos
documentos. Es nuestro oficio. El documento en todo instante ha de estar
presente.
El hombre es un
animal racional, nos ha dicho la filosofía, aunque mi generación, con
preguerras, guerras y postguerras, y algunas revoluciones de añadidura,
sospeche que se trata, más que de una verdad absoluta, de una presunción que
admite, y con qué frecuencia, prueba en contrario. Creo más bien, que el hombre
se diferencia de los animales por el don divino de la palabra. El hombre es un animal
que habla. La escritura –cuando se generalizó su uso– y el papel, introducido
en Europa por los árabes españoles, objetivan y perpetúan lo que el hombre habla.
De ser una cualidad del hombre, del sujeto, pasa a cualidad de la cosa, del
objeto. Las cosas hablan: el pergamino, el papel se ha convertido en documento,
esto es, en cosa que docuit, que enseña, que habla. El documento es un objeto parlante.
Pero una cosa es hablar de verdad y otra hablar con verdad. Si todo hombre
habla, con la sola excepción física del mudo, no todo hombre dice la verdad. y
sin verdad no es posible la vida. El documento público es antes que nada una
cosa que habla y que dice la verdad. La misión del notario es hacernos
transparente la verdad, suprimir el tiempo o el espacio que nos separa de la
verdad. Este aspecto de narración de la verdad es tan obvio, que entre nosotros
los notarios, no cabe deliberar. Pero al lado de narrar la verdad, el documento
público tiene una serie de valores. El valor es un grado de perfección del ser.
Para el notario la escala de valores la da el orden jurídico. El documento
notarial no solo en su integridad, sino en sus singulares partes, está incluido
en las escalas de valores de las distintas legislaciones. Las deliberaciones de
nuestro Congreso han manejado estos valores respecto a algunos aspectos de la
eficacia del documento, como fe de conocimiento, juicio de capacidad de las
partes, unidad de acto y otorgamientos sucesivos, actas de notoriedad y valor
extraterritorial del documento.
Las deliberaciones del Congreso se
comunicarán a todos los Ministros de Justicia de las naciones presentes en el
Congreso. Lo que no se traduzca en ley, quedará en aspiración, en anhelo
constante que es impulso y es ideal. En todo caso cada notariado ha comprobado dónde
está y tiene nuevas alas para volar a las alturas, donde el aire es más ligero
y más puro, el horizonte y las esperanzas no tienen límites, y los acuerdos de
los Congresos, como los Santos Patronos medievales serán guía y faro: todo el
año, jornada tras jornada, rumbo hacia la fiesta del Santo, apoyo y meta para
el éxito constante y progresivo.
El Congreso ha terminado. Volveremos a
nuestros estudios. El arroyo bullicioso y claro por tributo de ajenas fuentes,
tornará a su sencillo caudal cotidiano. Antes de este momento he de hacer
llegar a todos la expresión sincera de la gratitud profunda del notariado español.
Gratitud a cuantos vinisteis a España, abandonando, siquiera por breve tiempo,
vuestros países y hogares, gratitud a las autoridades españolas, singularmente
al señor Ministro de Justicia, por su amparo y patrocinio, gratitud a mis
compañeros los notarios españoles que han sido pródigos en dar los quilates de
su buena voluntad trabajando por el Congreso, humildes y anónimos, en
menesteres muy inferiores a sus méritos y capacidad.
Nunca como ahora he sentido orgullo de mis
compañeros, de aquellos compañeros con fe absoluta en la Comisión Organizadora,
que cumplieron sus indicaciones y deseos voluntaria y generosamente, como si
fueran órdenes; nunca como ahora he sentido el halago y la adhesión de los
notariados extranjeros. Mil gracias a unos y a otros. En especial he de dar las
más rendidas gracias por los aplausos que reiteradamente me habéis tributado
esta mañana y esta tarde en la Asamblea. Para mí, juntamente con mi
nombramiento para la Vicepresidencia constituyen una impagable deuda de gratitud.
Ahora reanudemos alegres nuestras brillantes
excursiones. Vamos a Granada. La vega como esmeralda en el collar de Sierra
Nevada. La Ciudad dormida en sus callejas y la Alhambra entre frondas de árboles
y de leyendas. El Darro y el Genil con reflejos de plata, arenas de oro y
música de cristal. Hay en España ciudades que son el símbolo y el compendio de
toda una civilización. Si Santiago es la Edad Media feudal; y Salamanca el
Renacimiento y el Plateresco; y Toledo la síntesis española desde los godos a
nuestros días, Granada es la más pura y la más bella representación de la
España árabe. Cautivo el espíritu en el prodigio de sus jardines: agua oculta
que suena y canta, ríe y llora en su idilio con los arrayanes, una alberca bruñida
en sus patios, taraceas de nácar, incrustaciones de oro, atauriques de ensueño,
el pensamiento de un pueblo hecho encaje y filigrana, versos de kasidas y
gacelas, sones de guzlas, fantasía oriental hecha orfebrería, espumas en la
fontana y perlas que se desgranan en el surtidor. Cuando el sol agoniza en los
recodos de sus callejas, se espera ver al jinete mozárabe[4] o
muladí[5]
con caballo de larga cola y en la diestra el alfanje, que regresa orgulloso,
vencedor en la algara, a vivir entre flores una empresa de amor. Airón[6] de
romance, símbolo de señores, el caballero árabe fue el espejo del caballero
español. Todo eso es Granada. Mañana lo veréis. He dicho.
* Tomado de Revista de Derecho Notarial Mexicano, núm. 78, México, 1980. © Asociación Nacional del
Notariado Mexicano, A.C.
[1] El
título completo es Doctrinale
Florum Artis Notariae sive Formularium Instrumentorum (Flores Doctrinales del
Arte Notarial o Formulario de Instrumentos), 1487 [nota del blogger].
[4] Designación de la población cristiana de origen hispano-visigodo,
que vivía en el territorio de al-Ándalus y que, al igual que los judíos, gozaba
del estatus de dhimmis («protegidos»)
al ser gentes del Libro. El término fue empleado por cristianos de los
reinos del norte para designar a los cristianos de Al-Ándalus que emigraban a
sus territorios [Wikipedia].
[5] Designación de tres grupos sociales presentes en la
Península Ibérica durante la Edad Media: 1) Población de origen hispanorromano
y visigodo que adoptó la religión, la lengua y las costumbres del Islam para disfrutar de
los mismos derechos que los musulmanes tras la formación de al-Ándalus.
2) Cristianos
que abandonaban el cristianismo, se convertían al Islam y vivían entre
musulmanes. Se diferenciaban de los mozárabes en que estos conservaba su
religión cristiana en áreas de dominio musulmán. 3) Hijos de matrimonio mixto
cristiano-musulmán y de religión musulmana [Wikipedia].
[6] Mechón de plumas levantadas que tienen ciertas aves
en la parte superior de la cabeza [Diccionario de la Real Academia Española].
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